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ILUSTRACIÓN Y RELIGIÓN
Para las mentes ilustradas, el progreso, basado en la racionalidad humana y de acuerdo con la Naturaleza, habría de conseguir llevar a los hombres a liberarse de las cadenas que la tradición, las supersticiones, el dogmatismo, la opresión, y la ignorancia habían instalado en la humanidad. Uno de los temas insignias de la Ilustración fue la Naturaleza, cuya idea se delimitaba frente a dos antítesis: por una parte, frente a lo sobrenatural, que coincidía con la idea de lo mágico, lo misterioso, la religión, etc, convirtiéndose en lo equivalente a lo irracional; y por otra, frente a lo antinatural, que ocuparía el puesto de los actos contra la naturaleza. De este modo la naturaleza se convierte en el paradigma del bien, llegando incluso a ser deificada; la postura racionalista hizo que apareciese el deísmo que afirma la existencia de un Dios creador y justo. Una consecuencia importante de la Ilustración fue la crítica a la Religión Católica, que fue considerada como la representación del oscurantismo además de fomentadora de la incultura y el fanatismo.
Dentro del marco empirista, David Hume no reconocerá validez alguna a las demostraciones metafísicas de la existencia de Dios, considerando que dicha existencia no es demostrable racionalmente. Si la idea de sustancia es una idea falsa, ya que no le corresponde ninguna impresión, ya podemos adjetivarla como "externa", "pensante" o "infinita", que ello no hará que sea menos falsa. Los argumentos "a priori", que van de la causa al efecto, basándose en el principio de causalidad, incurren en un claro uso ilegítimo del principio, ya que éste sólo se puede aplicar, sólo tiene validez, en el ámbito de la experiencia, y no tenemos experiencia alguna de la causa, de Dios o sustancia infinita, por lo que no podemos asegurar que haya conjunción necesaria alguna entre ésta y sus efectos, ya que nunca hemos podido observar esa conjunción en la experiencia. En el mismo defecto incurren los argumentos "a posteriori", los que se remontan del efecto a la causa. No hay posibilidad alguna, pues, de demostrar la existencia de Dios, por lo que la afirmación de su existencia no es más que una hipótesis "incierta" e "inútil".
En el marco del uso teórico de la razón, Dios nos es dado, según el pensamiento kantiano, como un ideal trascendental, es decir, como un concepto de la razón pura teórico-especulativa, como un polo o principio regulativo hacia el cual avanza el conocimiento humano. La Idea por contener lo incondicionado sobrepasa el ámbito de toda experiencia posible, por lo que nunca podremos encontrar en la experiencia algo que le corresponda (lo perfecto o lo completo de una clase de cosa). En la Idea de Dios esta perfección puede ser tomada en dos sentidos, es decir, en un sentido teórico como ens summum, Dios (modelo de todo ente en cuanto tal), y en un sentido práctico como perfectio moralis (a lo que debería tender todo ente por obra de la libertad). Si bien, por medio de los conceptos trascendentales, según Kant, no se puede determinar ningún objeto, sin embargo, puede ser considerado imperceptiblemente, como el canon y la guía en el uso del entendimiento.
Por tanto, en el theismus moralis, se piensa a Dios como autor de nuestras leyes morales, y ésta, según Kant, es la auténtica teología que sirve de fundamento de la religión. Kant distingue entre moral teológica, donde las obligaciones morales presuponen el concepto de Dios que determina todos los deberes, y teísmo moral que concibe a Dios como principio del Reino de los Fines; la creencia de que Dios existe se infiere a priori de los principios morales, y con esto se deja libre el paso para las pruebas prácticas como principio de todas las religiones. Así Kant, una vez más, concilia el deísmo racionalista y el agnosticismo empirista en su filosofía trascendental.